16/1/11

La cama roja

Maltratada por la vida y las manos de ese ogro, su maleta yace sobre su cómoda y sus ganas de irse se van antes que ella.
Las siluetas de sus ojos y sus labios lucen aborrascadas, sus lágrimas llenas de carbón caen sobre sus perfectos senos y ruedan hasta donde no pueden ser divisadas a simple vista.
-Hoy respiro sólo porque el cuerpo me impide dejar de respirar; nada de lo que haga le causará el dolor que le deseo a ese desgraciado.- pensó.


Sollozaba recostada en la cama, con su ropa de viaje y su maquillaje, deshecho por las regaderas de sus ojos, se hacía más impreciso. Su boca era una tumba que lloraba esgrimiendo sólo cosas indescifrables con un sólo significado la tristeza.

-Después de tanta satisfacción prometida lo entregado fue sólo penas, amarguras y más que suficiente dolor.

Se levantó hasta sentarse en la orilla de la cama, podía ver la silueta del maldito, su sombra se proyectaba sobre los libros de química y biología que estaban adosados a la pared.
-Todo esto es perfecto, todo es perfecto; es todo lo que siempre deseé para una vida infeliz, todo lo que se puede esperar del infierno.- Se dijo a sí misma.

Tomó impulso y de un buen rebote se puso de pie, dejó sus zapatos al lado de la cama para no hacer ruido con sus pies descalzos; avanzó callada a través de la sala iluminada sólo por los destellos del televisor hasta la cocina sin tocar ninguna de las puertas. Él estaba en la sala estacionando su robusto trasero frente al televisor.
-Al parecer no puede dejar pasar el juego ni siquiera después de golpear a su mujer.-Pensó ella.

Respiró hasta sentir que el aire la atravesaba y no movió sus pies descalzos firmemente plantados en los mosaicos del piso de la cocina hasta que el cuchillo que tenía empuñado dejó de pesar toneladas de culpa. Caminó en cuanto se sintió libre y se posó tan silenciosa como una sombra de ojos rojos detrás del yankee empedernido que le gritaba al televisor con una mano en el control y la otra en su entrepierna.

Él silenció el juego y con una mueca desagradable en su cara gritó hacia la habitación:
-Prepárame algo que la pelota no baja sola.
Ella siguió inmóvil detrás de él, visualizando cada una de las estocadas, cómo se hundiría aquel cuchillo santoku por debajo de su piel en cada corte, cómo correría la sangre sobre el sillón y cómo se bañaría en ella jubilosamente de ser necesario.

-¡Qué pasó?, ¿Te dejé sorda fue? -gritó él mientras conectaban un doble en la televisión.
-Ya voy mi amor.-Respondió con voz impotente desde la cocina...

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