Semen

Era una tarde ceniza, llovía a cántaros y había mucho tránsito. Las gotas de agua se estrellaban en la ventana como pequeños kamikazes furiosos y el viento arremetía con soplos erráticos sobre las puertas de vidrio del balcón.
Sobre el cenicero yacía un cigarrillo, casi al apagarse, emitía un fino hilo de humo que subía en el aire como lo haría en el agua un pez dorado que pasa a mejor vida; detrás de ese hilo se ocultaba Gustavo, estaba tan roto como un espejo, sentado en el sofá. Empuñaba una botella de whisky y parecía besarla con desesperación cada vez que la subía.
El alcohol se sentía dulce y frío mientras bajaba en cascada por sus fauces; así se sentía para él, pues en su boca se albergaba el sabor más amargo que adquirió al besar esos carnosos labios rojos. Gustavo sólo podía repetir esa horrorosa película miles de veces en su mente, y en cada repetición sentía que su corazón escalaba más arriba por su garganta para tratar de sofocarlo hasta morir.
"Por favor, amigo corazón, por favor deja de luchar por nuestra vida, no me permitas volver a verle la cara, si es que cara le queda."-Pensaba Gustavo.
De alguna forma, sorprendente hasta para él, se levantó y caminó hacia su habitación. Estaba clavado ante la puerta cerrada; puso su mano libre sobre ésta mientras repetía un beso apasionado a la botella.
Agarró la perilla y sintió tomar la mano del mismo diablo en persona; cuando la torció y la empujó un intenso olor a sexo se abalanzó sobre él y forzó su entrada por entre sus fosas y su garganta.
La imaginó en decenas de posiciones con sus piernas abiertas y gritando un placer inmenso. Gustavo caminó mientras pudo entre los arrabales de ropa que yacía fresca con la esencia erótica que inundaba el ambiente; no pudo evitar caer sentado en la cama por un peso inmenso que sintió sobre sus hombros.
De pronto sintió una asfixiante presión en el pecho y pensó:
"Gracias corazón, gracias corazón."